EL COCHECITO. De MARCO FERRERI
La sombra del neorrealismo llega hasta finales de los cincuenta y puede apreciarse en el formalismo simplista de determinadas puestas en escena y en el fondo social que transpira lo relatado. Es el caso de El cochecito, tercera película de Marco Ferreri y segunda colaboración con el guionista Rafael Azcona tras El pisito. Sin embargo, la película que nos ocupa perfila mejor el intimismo de los personajes –representados por actores profesionales- y también los enfrenta en brillantes diálogos cómicos que cargan de humor negro el contenido del film. Ferreri apuesta por una sucesión episódica de situaciones tragicómicas a través de las cuales, el objeto de don Anselmo (magnífico Pepe Isbert) es cada vez más importante para él, empezando por ser un deseo, convirtiéndose en capricho y acabando por obsesionarle, siendo capaz de todo por obtener su ansiado cochecito. Las secuencias podrían por sí solas subsistir con sentido si las aisláramos del resto del film, pero además, unidas consiguen afianzar la caracterización psíquica y física de don Anselmo, un anciano que se ve abocado a la soledad al ser demasiado viejo para su familia y por no tener un coche como todos sus amigos pensionistas, enfermos o paralíticos. Ahí enganchamos con la carga social que Marco Ferreri nos sugiere con sutileza: la despreocupación de los familiares hacia los ancianos, con un trato similar al de cualquier niño malcriado, recluyéndolos en el olvido o en el rechazo –así sucede en varias escenas en las que don Anselmo deambula por la casa sin que nadie repare en él o, peor aún, lo advierta como un incordio-. Asimismo, la colectividad envidiosa, egoísta y avara se despreocupa de la amistad, de la solidaridad y de la necesidad de compañía desde el momento en el que parece ser que sus propias necesidades individualistas son cubiertas –como se muestra en la actitud endógena y cerrada de los compañeros de don Anselmo, dejándolo solo, negándole dinero o recelando de su capacidad-. Todo ello se desprende de un guión espléndido, gracias al buen entendimiento de Azcona con Ferreri y su facilidad para desgranar lo esencial y encajarlo en un tempo narrativo eficaz, lo que facilita en demasía su transposición a imágenes cinematográficas. - Ya se lo dije, don Anselmo, donde comen trescientos, comen trescientos

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