10 EL VERDUGO. De LUÍS GARCÍA BERLANGA

ASPECTOS HISTÓRICOS DE LA PELÍCULA:
En la España que recibe la década de los 60 con los tímidos primeros cambios de un Régimen que buscaba en su apertura exterior una tabla de salvación política y económica, Berlanga y Azcona se ríen, primeramente, de su cobardía y de la de los demás millones de españoles, para, luego, con este antídoto, poder reírse a mandíbula batiente, de forma más o menos solapada, del franquismo, del sueño desarrollista del momento, de la burocracia, de las ferias de libros y la vanidad de los escritores, de la Iglesia (extraordinaria resulta la escena de la boda de principio a fin), de las relaciones de pareja, de la cárcel… Por todos sus minutos desfila la España de la época, llena de ganas de vivir y de salir de una posguerra miserable y cruel, que empieza entonces a intuir un nuevo mundo donde las monsergas del "imperio", los "destinos históricos gloriosos", el Frente de Juventudes y los rosarios de la aurora van a quedar arrumbadas por los muslos de las suecas y los bailes americanos que poco a poco relegan a los excombatientes, divisionarios (como el propio Berlanga) y excautivos heroicos de la cada vez más lejana Guerra. Sin embargo, seguíamos siendo diferentes, de forma esperpéntica y algo ingenua y así se nos muestra en el tipo de trabajo, en las diversiones, en las costumbres sociales, en los rituales religiosos. Porque, en realidad, El Verdugo acaba siendo una curiosa y sorprendente adaptación, popular y casi surrealista, de El elogio de la locura de Erasmo, llevada a cabo por unos trasgresores joviales en medio de una dictadura... Como suele suceder en las grandes obras de cine, el resultado ha superado con creces el valor del original y la película ha ganado con el paso del tiempo.
ASPECTOS CINEMATOGRÁFICOS DE LA PELÍCULA:
Berlanga y Azcona –o viceversa-, dan, en su momento, un quiebro a la censura, se ponen el mundo por montera, dejan aparte los gustos del momento y hasta la técnica de rodaje y realizan al alimón una obra maestra donde la sátira más corrosiva, el costumbrismo casi neorrealista, la denuncia feroz y una estética basada en el contraste de un maravilloso y clasicista blanco y negro con una cinta musical modernísima y un lenguaje fotográfico rompedor se hermanan con acierto insuperable, nunca repetido por ambos hasta estos extremos.
La acción se describe en larguísimos planos llenos de personajes secundarios… Impagable resulta la actuación de Pepe Isbert, como verdugo bueno, odiado hipócritamente por los demás (¡qué escena la que muestra al funcionario de prisiones horrorizándose y perdiendo el apetito al ver el maletín de Amadeo!), orgulloso de su oficio y su destreza, amante de su hija, con un código de honor calderoniano; tan ridículo, en fin, como adorable. Muy acertados Enma Penella y Nino Manfredi en sus roles de jóvenes sin personalidad, arrastrados por un escarceo amoroso que les conduce fatídicamente hacia sucesos que les superarán y les marcarán de por vida. Fantásticos todas las demás actrices y actores en sus papeles secundarios (habría que utilizar otra palabra, pues ¿cómo se puede llamar "secundarias" las actuaciones de Alfredo Landa, de José Luís López Vázquez de Agustín González, haciendo por vez primera ante los cámaras de reaccionario violento, de Maruja Isbert de María Luísa Ponte y sus remilgos en la boda o de esa maravillosa viuda de guerra con sobrino seminarista a la que da vida Lola Gaos…?). Actrices y actores bordan unos diálogos rebosantes de gracia y de chispa continua para demostrar, una vez más, que no existe un mejor ataque que el de la burla, ni una mejor demostración de la inteligencia que el ingenio humorístico, especialmente cuando este sentido del humor comienza aplicándose a uno mismo y a la sociedad en la que se encuentra. Con un lenguaje sencillo y directo, Berlanga y Azcona asumen las condiciones de su propio temor y cobardía para construir la más sutil mirada sobre la vida cotidiana en la dictadura franquista.




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